Reflexiones de un cronopio

Ilustración de un personaje con un sombrero de mago escribiendo y sentado frente a una biblioteca

Cuando las relaciones sociales no son lo tuyo

No soy antisocial, no odio a las personas y las relaciones no me son indiferentes, pero no tengo la facilidad para la conversación casual ni la simpatía on demand. Me causan cierta admiración aquellas personas que son capaces de construir un diálogo de la nada y en poco tiempo, conversar con ese otro como si fuesen viejos conocidos. No hablo de la falsedad extrema, como algunes suelen aplicar, sino de esa naturalidad en el contacto con un desconocido, sin el requerimiento de algún esfuerzo cognitivo.

Según me han dicho siempre, no suelo caer mal, ni ser desagradable a la primera, todo lo contrario; sin embargo, esos primeros contactos me ponen nervioso. Y los segundos, los terceros… Para mí, una conversación con alguien que no sea un amigo o alguien que me conozca bien implica una responsabilidad. Mis silencios no son una falta de interés ni mala onda, es más probable que esté pensando que carajos puedo decir sin parecer un pasmarote.

No me considero un mal amigo, pero soy un tremendo vago para mantener el contacto fuera de mi entorno laboral y familiar. Hay gente a la que realmente extraño, con quienes disfruto estar, y sin embargo, me da pereza llamar o contactar para vernos. Sí, lo sé, no es muy coherente lo que estoy diciendo, pero les aseguro que es así. Hay amigas y amigos con los que no hablo desde hace años, y hoy no hay excusas para el silencio: redes sociales, mensajería, transportes cómodos… ¿Y qué falta entonces? Vencer la pereza.

Quizá lo naturalicé como una responsabilidad impulsada por el intento de evitar parecer más gil de lo que suelo ser por naturaleza. Quizá sea algo similar a lo que me sucede con lo de la vergüenza ajena, que me afecta cada vez más. Supongo que esto debería hablarlo con alguien que sepa de estas cosas y me pregunte por mis recuerdos en edad espermatozoidal como los profesionales de la psiquis.

Me alivia y alegra que mi purrete no haya heredado esto de mí. En nuestro diario camino a la escuela, el tipito se lo pasa intercambiando saludos gestuales o verbales con gente que no tengo idea quienes son, pero con quienes se saludan siempre. En muchos lugares mi nombre es papá de Mateo, lo que me lleva a pensar en que cuando vuelva a ser niño quiero ser como él. Cuando comento esto la gente se extraña un poco ya que no tengo el típico perfil ermitaño. Pero si bien no lo soy del todo, mi timidez me acerca bastante a eso, y termino refunfuñando por ello. Porque el problema está ahí: si lo hiciera convencido, no importaría. Pero no, refunfuño porque me veo como eso que quiero evitar ser.

Las relaciones virtuales se me dan mejor. Quizá porque escribo más que hablo. Puedo expresar mis frustraciones sin que me escuchen y redactar más tranquilo. Hay muy pocas personas con las que puedo disfrutar del silencio sin que sea incómodo, sin la necesidad imperante de que alguien diga algo. Pero no es culpa de los demás; es cosa mía que, en lugar de hacerme cargo de quién soy y cómo soy, sueño con ser otro que probablemente no seré en esta vida, y me siento incómodo en mi propio envase.

A veces, salgo disparado de los lugares cuando en realidad me hubiese gustado seguir charlando con quienes están allí, solo por creerme incapaz de entretener, como si alguien pretendiera que lo haga. Pero eso lo pienso después, cuando ya me fui y me pregunto por qué. Por suerte no siempre es así, y de vez en cuando me reconcilio conmigo mismo y me gusto un poco cuando me relajo y disfruto del contacto con otras personas, logro bajar un poco la guardia de la auto censura interna y me permito decir estupideces sin arrepentimiento. Cuando estoy inspirado y digo algo coherente o gracioso. Cuando siento buena vibra y dejo de pensar en lo que me gustaría que pasara y hago que pase.

Amo la música, pero no retengo nombres de artistas ni de obras. Amo la programación y la informática, pero cuando hablo de ello soy más aburrido que un sermón. Admiro la física cuántica, pero cuando intento abordarla en una charla, ni yo me entiendo. Así que mejor hablemos del clima o de lo espantoso de un gobierno de derecha.

Por esta misma razón en entrevistas periodísticas por trabajo, siento que mis neuronas se derriten en el esfuerzo de no decir alguna idiotez. Más o menos me he acostumbrado a disimular mi estado de alerta máxima mental, pero si me hicieran un electroencefalograma durante la entrevista, probablemente el gráfico muestre una actividad de intensidad insana.

Así que, si me conocés en persona y alguna vez me hviste con ansiedad por salir disparado, no es tu culpa. Solo es mi timidez expresándose y algunos pequeños bugs en mi algoritmo principal del código fuente de mi ser.

#personal #reflexiones