Reflexiones de un cronopio

Ilustración de un personaje con un sombrero de mago escribiendo y sentado frente a una biblioteca

Independencia móvil

Aquellos que hemos nacido allá por los lejanos 80 y que no gozamos de una economía familiar favorable, experimentamos por primera vez un teléfono móvil recién en el nuevo milenio con aquellos primeros Nokia 1100 y algunos Motorola de la misma gama de precios.
Dispositivos que, para una persona ciega, servían para realizar llamadas marcando el número de memoria o recordando la posición exacta de este en la agenda. Se enviaban SMS con pasos estrictos que no admitían equivocaciones ni ediciones, y se requerían ayudas externas para la lectura de los mensajes entrantes.

El primer móvil que tuve fue uno de estos, regalado por un cuñado de esos tiempos. Un aparatito diminuto para los estándares de esa época, tremendamente útil y resistente, excepto en ciertas situaciones como aquella en la que este aparatejo murió deshonrosamente no mucho después.
Caminábamos hacia mi casa con una ex novia después de un almuerzo de esos que exigen reposo y siesta, pero ese recorrido fue más extenso de lo admitido por mi sistema digestivo. No entraré en detalles desagradables, pero la cosa es que ese pobre aparato fue a parar a una pileta con agua y jabón dentro del bolsillo trasero de mi pantalón. Adiós 1100.

Poco tiempo después comencé a trabajar y mi economía mejoró sensiblemente, junto a una propagación de teléfonos Nokia que contaban con un sistema operativo compatible con uno de los primeros lectores de pantalla llamado Talks. Este era más caro que el aparato en sí y costoso de conseguir por estos lares, pero por suerte había versiones crackeadas que algunos informáticos de esa época ofrecían instalar.
Por miedo al exceso de gastos (rata), el primer aparato de esos que adquirí fue un modelo 3650, llamado “jabonera” entre los amigos y que era el más económico de los 3 que pasaron ofreciendo por nuestra sala de ensayos de esa época unos vendedores de una agencia de telefonía móvil.

Era un modelo bastante espantoso, enorme y con teclado circular que jamás he vuelto a ver en otro dispositivo. Sin embargo, fue el primero con el cual podía interactuar con el sistema sin ayuda: enviar y recibir mensajes, acceder a la agenda sin memorizar. Proveía un nivel de independencia que ocultaba su fealdad de diseño y que tuve por un buen tiempo sin mayores daños.

Más adelante me enteré que un colega coreuta vendía aparatos usados de mejor calidad y con el lector de pantallas ya instalado y con un montón de memoria (algunos megas), así que allí fui sin pensarlo demasiado. Regalé mi jabonera y compré el más robusto N70, el cual ya se parecía más a un teléfono serio. Con el estimado teclado con T9 y una estructura más resistente que el plástico anterior, pero que lamentablemente tiempo después dejé abandonado en un remís de regreso a casa al volver del trabajo, y que algún infeliz decidió quedárselo.

En esos momentos comenzaba a ser indispensable estar comunicados, por lo que urgía adquirir algún otro bicho de estos. Una amiga me acompañó a tierras poco amigables del conurbano para comprar un slider usado y muy elegante, pero por la estupidez de llevarlo en el bolsillo en un maldito recital me lo quitaron en el fragor de alguna canción sin que me diera cuenta de nada. Duró poco la alegría de mi nuevo juguete.

El siguiente fue un nuevo Express Music 5300: bonito en su diseño y tamaño, pero que me trajo más dolores de cabeza que beneficios. El firmware era un poco más moderno por lo que el lector de pantallas funcionaba a medias. Era estructuralmente débil, con una carcasa plástica ruidosa que tuve que cambiar al poco tiempo cuando se partió. Fue el primer aparato inutilizado por el uso.

La siguiente víctima fue un Navigator 6210, segundo modelo slider que tuve y que había comprado un amigo hacía poco y que pintaba muy bien. Así que mi actual compañera y quien escribe compramos una parejita de esos aparatos, pero usados. Y resultaron ser una máquina. Ya podían utilizarse algunas tecnologías GPS con puntos preconfigurados que se compartían y funcionaban bastante bien. El aparatejo era elegante, con una solidez considerable, y duró bastante tiempo hasta que decidimos cambiarlos.

La tecnología avanzaba vertiginosamente y esos aparatos quedaban atrás con bastante facilidad. Salían nuevas versiones con mapas propios de Nokia y aplicaciones que no se podían utilizar excepto en aparatos más modernos, así que allá fuimos por los espantosos E5. Primer fono con teclado QWERTY que tuve y que compré a disgusto por su diseño, pero que funcionaba considerablemente bien. Me fue sustraído por un maldito punga (ladrón) en un subterráneo, quitándomelo de la riñonera en la que lo llevaba. Me di cuenta del siniestro y hasta llegué a sujetarlo por un breve tiempo, pero estos personajes son hábiles y saben actuar con velocidad y en los momentos justos. Y allá fue mi E5, comprado hacía unos pocos días.

En estas épocas ya funcionaban otros lectores de pantalla como el Movile Speak también crackeados por estos lares, donde la compra de este tipo de software era impúdicamente elevada y difícil de conseguir. Mi último Nokia fue uno similar a este último, pero de la línea profesional: el bello E71. Considerablemente más delgado, con un bonito diseño metálico, un hardware potente y compatible con WhatsApp, los mapas de Nokia y algo de navegación por internet. Pero también sufrió de esa pronta obsolescencia a nivel software detrás de los ya afamados teléfonos de Apple y los nuevos Android, que comenzaban a ser accesibles en un buen porcentaje de dispositivos. Sin embargo este fue el teléfono que más me costó abandonar.

Dudé bastante en arrojarme a los brazos de la nueva tecnología sin teclado, pensando en comprar algún dispositivo económico con Android para ir utilizándolo paralelamente a mi tranquilizador QWERTY y poco a poco tomar confianza en pasarme definitivamente. Sin embargo, cometí un error estúpido que aceleró el proceso sin tiempo a nada. Al ir a comprar mi primer y único android (Motorola Moto E), me ofrecieron cambiar el chip de mi viejo Nokia al nuevo, y aún sigo sin saber por qué dije que sí. Esto me trajo un estresante día de trabajo con un aparato diabólico que no paraba de sonar a un volumen molesto y que no supe cómo apagar durante toda mi jornada laboral, así como una momentánea incomunicación telefónica por mi falta de destreza y el sentimiento de desnudez por no tener botones físicos que pulsar.

Lo único bueno es que se me suele dar bien aprender nuevas tecnologías y, a los pocos días, ya éramos amigos cuando comprendí el uso básico de los gestos táctiles en ese rectángulo pura pantalla. Quedé obnubilado por la cantidad de aplicaciones y posibilidades que ofrecía este sistema y toda la data que comenzaba a rondar gracias a quienes compartían las primeras demostraciones en audio. Ya no hacía falta atrasar la hora del dispositivo para poder utilizar una versión vieja de WhatsApp para que fuera accesible, ni hacer virguerías para instalar software de asistencia instalando antivirus que capturaban archivos en cuarentena, e instalando software de oscura legalidad para hackearlo. Se abrió un mundo de posibilidades, pero un experimento cambió mis preferencias.

Una ex amiga de mi compañera tenía a la venta un iPhone 4S a un precio irrisorio y allí fuimos a experimentar con ese famoso dispositivo, del cual comprendí el precio al lidiar con una batería detonada que tuve que cambiar al poco. Pero la simpleza y estabilidad de ese aparato no me dejaron lugar a dudas. Ya había sido víctima del magnetismo Apple y desde ese dispositivo no he vuelto a cambiar de marca. No creo que sean mejores o peores que los que tienen android, simplemente cumple con mis espectativas de un aparato como este: Software cerrado pero estable. Obsolescencia de software de no pocos años y un desarrollo de accesibilidad que suele funcionar muy bien.

Ese modelo murió por un azar incomprensible, saltando de mi bolsillo al lavarme los dientes, quedando colgado por los auriculares y soltándose en el momento justo para caer sobre el inodoro. Si lo quisiera hacer a conciencia creo que no podría. Luego compré un 5S usado que sobrevivió hasta que adquirí un flamante 6S, que también sobrevivió hasta que adquirí un 8 que murió por un ACV que clavó su procesador.

Y llegamos al día de hoy con el modelo SE en su tercera generación y que aún conservo impecable, habiéndolo perdido al menos 4 veces hasta ahora en estos 3 años y medio de convivencia:

Da un poco de vértigo leerme y ser consciente de la cantidad de aparatitos que pasaron por mis manos. Pero así fue y a pesar que no soy realmente fanático de estos dispositivos, se han vuelto una herramienta cotidiana y tremendamente útil para muchos, y más para quienes tenemos discapacidad visual. Pero desconectarse un rato del mundo también es parte del buen vivir, y lograr el equilibrio entre uso y abuso creo que puede ser considerablemente beneficioso.

#personal